Lo que más espera una mamífera primípara como yo es el momento en el cogerá a su bebé en brazos por primera vez, ya sea después de una sesión de cuatro horas justitas y poco dolorosas de parto natural, como todas imaginamos secretamente nuestro alumbramiento, en plan soy muy flexible y hago yoga y como fenomenal y no nos engañemos… estoy mejor que las otras; ya sea… bueno, ya sea como suceda; porque, cuando la fecha prevista de parto se acerca, lo mejor es no hacerse con una carga demasiado engolada de expectativas que encumbren nuestro parto a la altura del idilio sacro de los cuadros de Botticelli y así la caída, si la hay, será menos dolorosa. A veces pasa, vas al gine con ganas de ver la carita del bebe y te ves en el taxi de vuelta, con el rabo entre las piernas y un papel que pone otra vez: “reposo absoluto”, esa frase que tanto detestas. Véase ir de la cama al sofá con un libro, luego una revista, luego el ipad, luego unas arsenal de galletas, el iphone, tu madre al teléfono, la calceta, las fotos de la boda, un jersey lleno de pelotillas para despelotillar etc etc. Y es así. Sucede. No podemos hacer más de lo que hemos hecho hasta ahora, quizá una lagrimita fugaz se nos escape cuando nadie nos ve, (fugaz en plan eufemismo) mientras buscamos en los cajones indicios de nuestros errores, ¿qué hice mal?, ¿dónde me equivoqué? Buscamos desesperadamente facturas que pasarnos a nosotras mismas, porque echamos tanto amor a cada día de estas 40 semanas, que sólo podemos apaciguar la culpa, encontrando el error, localizándolo y estrujándolo con nuestro dedo índice, porque todas pensamos, que pase lo que pase, podríamos haberlo hecho mejor. Y eso es lo que no hay que hacer. Hay que pasarse la mano por el lomo, cerrar la agenda del embarazo y concentrarnos en ese momento mágico, en el que tendremos a nuestro bebe en los brazos y le veremos por primera vez la carita. Ese es el mejor ejercicio, mirar hasta el fondo de esta imagen, mientras todo lo demás se va desenfocado y nuestra pequeña criatura nos mira por primera vez a los ojos, con unos ojos que son un poco nuestros y un poco de su padre y otro de esa batidora genética en random que es el ADN. Mirar con amor esa pequeño reducto de felicidad, y entonces como por arte de magia todo lo demás, se desvanece. Amén
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Virginia Mosquera
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